No uses la música para desconectar, sino para conectar
– Jesús Ros –
Antes de empezar…
Podría contarte a qué edad empecé a tocar el piano o si me gustaba montar en bici de pequeño…
Y quizá en algún momento lo haga, pero no desde ahí empieza esta historia.
Esta bio no va de cronologías ni de logros.
Va del alma.
Aquí no vas a conocer lo que hice.
Vas a conocer desde dónde lo hice.
Alma
Quién es Jesús Ros, sin etiquetas
No sabría decirte con exactitud quién soy; simplemente… soy.
Pero sí puedo contarte cómo soy, y desde dónde nace todo lo que hago.
Hace tiempo me encontré con una frase en el Éxodo 3:14, cuando Moisés le pregunta a Dios su nombre. Él responde:
“Yo Soy el que Soy.”
Al principio no entendí nada. Me parecía una frase abstracta, como tantas otras que uno lee y deja pasar, pero con el tiempo se me quedó dentro, como si estuviera esperando a ser comprendida desde otro lugar.
Y un día, sin buscarlo, lo entendí. No era una explicación, sino un estado.
“Yo Soy” no habla de definirse, sino de existir desde dentro, sin adornos ni etiquetas.
Y desde ahí —desde ese espacio sin forma ni juicio— es donde compongo, donde escribo, y donde todo lo que soy empieza a moverse y a tomar forma.
No lo hago porque lo leí en un libro, sino porque un día lo sentí de verdad, y cuando lo sentí, todo empezó a recordar su sitio. Es una sensación difícil de explicar, pero cuando llega lo sabes: te da paz, sientes amor, y aparece esa certeza silenciosa que no necesita palabras.
Desde ahí nació El Resplandor de Itharys. Sin pretenderlo ni planificarlo. Yo solo tocaba lo que sentía, y eso mismo que sentía me pedía más. En el fondo sabía que lo que estaba componiendo no se quedaría en un simple álbum musical, sino que escondía una historia que yo mismo aún no entendía del todo, un mensaje que venía conmigo aunque no lo estuviera buscando.
Normalmente alguien crea una historia, de esa historia puede o no nacer una película, y a esa película se le da una banda sonora.
En mi caso fue al revés. Nació una canción. De ahí, un álbum. Después, una historia que sentí la necesidad de contar en un concierto.
Y poco a poco ese universo se fue extendiendo, hasta convertirse en un libro. Y quién sabe si algún día llegará también a las pantallas de casa.
Pero eso… ya te lo contaré después.

Recuerdo
El camino de los talentos
Siempre he sentido que mis talentos no llegaron de forma ordenada.
No hubo un “primero fui esto, luego fui aquello”… aunque en mi vida adulta sí intenté que fuera así, y pagué las consecuencias, pero eso te lo cuento más adelante.
Simplemente aparecían, a veces todos a la vez, como si quisieran hablar al mismo tiempo.
De pequeño dibujaba sin parar. También me gustaba tocar el piano, aunque nunca estudié en un conservatorio, solo di algunas clases de solfeo en una academia local.
Me sentaba y jugaba con las notas, tocaba los hits que estaban de moda por aquel entonces, buscaba sonidos que encajaran con lo que sentía por dentro… pero todo de forma inconsciente. Solo tocaba, sin ningún propósito ni meta.
Más tarde llegó mi época de DJ, la música electrónica, las mezclas, los beats… hasta que descubrí los programas para componer música.
Eso sí fue una “revelación” total: poder hacer tu propia música desde cero. Aun así, nunca pensé en explotarlo a nivel profesional. Quizá fue el entorno. Quizá era yo. O simplemente no era el momento.
No me lo llegué a plantear del todo, o quizá sí… pero la familia y el entorno te lo quitan de la cabeza muy rápido.
Quien haya tenido un sueño alguna vez, sabe de lo que hablo.
“Estudia, busca un trabajo, y déjate de eso que no te va a dar nada. Eso es muy difícil. Con eso no ganas dinero…” Y es normal. No los culpo.
En mi vida no había ningún referente artístico, ni nadie cercano que se ganara la vida con eso, así que nadie creía que fuera posible. Ni siquiera yo.
Y ahí, justo ahí, es donde vienen esas consecuencias de las que te hablaba antes. Ese momento en el que, sin darte cuenta, abandonas a tu niño interior, a tu yo superior, a tu alma… o a Dios, si prefieres llamarlo así.
En ese punto, aunque no seas del todo consciente, empiezas a alejarte de lo que eres, y comienzas a vivir una vida que no te pertenece. Una vida que “otros” te han dicho que debes vivir.
Y yo… no tuve la fuerza, ni la valentía, ni la confianza en mí mismo —no sé si fue una sola cosa o todas juntas— para elegir ese otro camino.
Me dejé llevar por lo que me dijeron que había que hacer para tener una vida “digna”. A partir de ahí comienza un viaje raro, como en un barco sin nadie al timón. Tu vida se va moviendo con las corrientes, con los vientos, de un lado a otro… pero tú no decides nada.
Aunque bueno, tampoco quiero ponerme melodramático, porque la vida —por suerte— siempre encuentra la forma de mostrarte el camino.
Y uno lo coge cuando está preparado. Esa parte de mí llegó. No cuando lo esperaba, pero llegó. Y de eso, te hablo a continuación.

Reunión
El reencuentro de los talentos
Antes de que llegara ese momento del que te hablaba, hubo algo en mí que ya empezó a moverse. Podríamos llamarlo mi primer despertar, aunque todavía no era espiritual. Fue algo más profesional, más concreto, pero igual de necesario.
Por alguna razón, la vida me llevó a dedicarme al diseño. Empecé diseñando videojuegos, escenarios, fotomontajes… y todo eso me llenaba de alegría. Era la primera vez que me dedicaba a algo que realmente me gustaba, y aunque no era la música —que siempre ha sido mi talento más fuerte, o al menos el que más siento como mío— sí fue el primer paso hacia volver a encontrarme.
Pasé por muchas etapas: diseño gráfico, diseño de marcas, diseño web, filmación, edición de vídeo… todo tenía que ver conmigo, pero siempre iban por separado. Nunca parecía posible hacerlo todo a la vez. Siempre tenía que elegir entre una cosa u otra, como si mis talentos fueran compartimentos estancos que no debían tocarse.
Y un día, en medio de toda esa búsqueda, conocí a Raquel, una terapeuta experta en gestión emocional que me ayudó a ver algo que yo no estaba viendo. Me ayudó a descubrir mi verdadero SER, a reconocer quién era en realidad. Me dijo: “Tú no estás hecho para hacer solo una cosa. Estás hecho para hacerlas todas. No tienes que elegir, porque si eliges, te frenas.” Y ahí lo entendí. Porque en el fondo, creo que yo ya lo sabía, pero necesitaba que alguien me lo recordara.
Gracias a Dios que ella apareció en mi camino.
También tengo que decir que por esa época pasé por un bache muy fuerte. No tenía mi mentalidad trabajada, especialmente en lo financiero. Entré en una etapa oscura donde nada salía bien, el dinero se escapaba por todas partes y sentía que todo se desmoronaba a mi alrededor.
Como dice aquel versículo: “Al que tiene, se le dará más, y tendrá en abundancia; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará.” (Mateo 13:12)
Durante mucho tiempo esa frase me pareció cruel, pero con los años la entendí de otra forma. No habla de castigo, ni de injusticia, sino de conciencia. Es una enseñanza sobre cómo usamos los dones y talentos que se nos han dado, y sobre lo que ocurre cuando no aprovechamos las oportunidades que la vida pone delante. Si vives desde la escasez, desde el miedo o desde la desconexión, acabas perdiendo incluso lo poco que tienes. Pero si te alineas con lo que ya eres, con tu abundancia interior, la vida responde.
Y yo, en ese momento, sin darme cuenta, estaba viviendo desde la duda. Desde la desconfianza. Desde el olvido de lo que realmente soy.
Tuve que buscar un trabajo de urgencia en una fábrica para estabilizarme económicamente, y lo hice. Pero cuando salí de ahí, me hice una promesa: serme fiel. Hacer mi camino de alma. Encontrar mi propósito y confiar en Dios. Caminar por fe y no por vista. Porque ahí fue cuando empecé a entender que el mundo que llamamos “realidad” no es más que un reflejo del mundo interior, y que la verdadera realidad es la que uno lleva dentro.
Y entonces pasó algo que no puedo explicar de otra forma. Un día, sin dramatismos ni luces místicas, simplemente lo sentí: tenía que hacer una reunión de urgencia.
Senté a todos mis talentos alrededor de una mesa.
Hice una “reunión de almas”.
Invité al Jesús compositor, al Jesús escritor, al diseñador, al editor de vídeo… y les propuse una tregua. Les dije: no tenemos que competir más. Porque todos estamos buscando lo mismo: contar historias y tocar el alma.
Ese día dejamos de luchar entre nosotros. Y empezamos a crear juntos.
Porque cada uno tenía su forma de expresar lo mismo.
Así que propuse: tú, el Jesús escritor, empezarás por escribir la historia. Luego tú, el compositor, le pondrás emoción con la música. Tú, el diseñador, le darás forma visual a todo eso: las portadas, la web, las publicaciones, los colores, los clanes, los símbolos. Y tú, el editor, cerrarás el círculo con los vídeos, poniendo imagen en movimiento a lo que sentimos.
Y así fue como un día senté a todos mis talentos y les enseñé a trabajar juntos, por fin, siguiendo un mismo objetivo común:
Transmitir emociones.
¿Y sabes qué nació de ahí?

Llamado
El nacimiento de Itharys
No lo planeé. No me senté a decir “voy a crear un universo”.
Solo quería componer una canción. Y fue justo ahí, en esa sencillez, donde todo empezó.
Una melodía apareció. No sé de dónde vino, pero vino. No tenía nombre, ni estructura, ni destino… pero me removía por dentro. Era como si algo me hablara desde otra parte de mí.
Y yo solo tenía que escuchar. Empecé a tocar, a grabar, a dejarme llevar. Y cada vez que creaba un tema nuevo, se abría una escena en mi cabeza: una batalla, un personaje, una emoción muy concreta.
No era una canción suelta, ni un álbum cualquiera. Era como si estuviera recibiendo piezas de algo más grande.
Lo curioso es que la historia no vino primero. Primero vino la música. Y la música empezó a contarme la historia. Había fuego, clanes, símbolos, visiones…
Había una energía antigua, poderosa, que se sentía conocida. Como si ya hubiera estado dentro de mí, esperando el momento de salir. Poco a poco entendí que no estaba componiendo una banda sonora.
Estaba canalizando un mundo. Un mundo llamado Itharys. Y cuanto más componía, más claro era todo.
Los personajes se manifestaban. Las escenas aparecían solas. La historia se iba revelando a medida que le daba música. Y entendí que no se trataba solo de hacer canciones épicas, ni de construir algo bonito.
Se trataba de dar forma a algo que quería nacer a través de mí. Algo que venía con mensaje, con propósito y con alma.
El Resplandor de Itharys no es solo un proyecto. Es una llamada, que yo solo fui el canal que respondió a esa llamada.
Y si sientes que Itharys también te habla a ti… puedes adentrarte en su universo aquí:

Verdad
Lo que me guía cuando nadie me ve
A estas alturas ya no me interesa tanto qué voy a hacer, sino desde dónde lo voy a hacer.
Durante mucho tiempo pensé que tenía que elegir. O eras escritor, o compositor, o diseñador, o lo que tocara en ese momento. Y yo no podía elegir, porque mi alma no está hecha para fragmentarse.
Ahora lo entiendo mejor. No he venido a hacer una sola cosa. He venido a transmitir algo a través de todo lo que soy. Y lo que transmito no es una historia, ni una canción, ni un diseño… es una emoción que atraviesa el alma. Ese momento en el que alguien se detiene y dice: “Esto me ha tocado.” Ahí está mi propósito. No en el formato, sino en el impacto invisible que deja.
Por eso compongo desde lo que siento, escribo desde lo que me duele y me eleva, diseño imágenes para que hablen por sí solas, y me permito sentir cada emoción como si fuera una antena. No me interesa encajar ni hacer lo que se lleva, me interesa recordar lo que vine a dar… y darlo.
Mi misión es tocar el alma, con música, con palabras, con símbolos o con lo que sea, pero tocarla. Agitar algo dentro. Recordarte algo que ya sabías pero habías olvidado. Y si con eso inspiro, sano o simplemente acompaño… entonces ya tiene sentido.
Quiero que mis historias y mi música ayuden a otros a salir, aunque sea por un momento, del ruido de la sociedad, de las noticias, del entorno, de la política o del miedo, y conecten con su niño interior, ese que nunca miente, ese que sí sabe lo que quiere. Que dejemos al adulto del ego un rato sentado en la esquina y nos atrevamos a ser nosotros mismos, a hacer lo que realmente nos apasiona. Nuestra razón de ser. Porque todo lo demás vendrá solo.
Lo que hago no es entretenimiento. Es un pacto entre mi alma y Dios.
Porque la frecuencia se eleva con frecuencia. Y ese es el verdadero propósito de mi música.
No necesito resultados inmediatos. Solo seguir caminando por fe. Porque si algo vibra dentro de mí, entonces sé que es por ahí. Lo demás… lo dejo en manos del Universo.
Solo una cosa más…
No uses la música para desconectar. Úsala para conectar.
Todo eso que vibra en mí ya ha empezado a tomar forma.
A veces como libro. Otras como disco. Y otras… como algo que ni yo mismo esperaba, pero vino.
Solo sé que lo que late con fuerza… florece.
Y lo que florece… ya no me pertenece.

La frecuencia se eleva con frecuencia
– Jesús Ros –